
26 May Confianza y proceso personal
Cuando era joven era de las que creían que, en la vida, podía conseguir cualquier cosa si me esforzaba lo suficiente.
Basaba mi confianza en la capacidad de autoexigirme. Con el tiempo y terapia, me di cuenta de que esa creencia que me sustentaba no era precisamente amorosa. Implicaba maltrato y también un montón de soberbia.
Veo a menudo esta actitud en personas que vienen a terapia. Invariablemente las acompaña la insatisfacción, la angustia y la dificultad para disfrutar.
Ante una estrategia neurótica inconsciente que nos dificulta fluir con la vida, el primer paso es reconocerla como propia. Lo que llamamos «ser consciente de ello». El segundo paso es aflojarla y esto suele ser más difícil para que nos identifiquemos con ella.
Siguiendo con el ejemplo, si soy muy exigente y pretendo aflojarme con la receta de siempre –poniéndome presión– no avanzaré.
Este escrito quiere enfocar la confianza. Tanto sirve para la persona demasiado exigente como la que sólo puede ser «buena», la que suele manipular para conseguir las cosas o la que siente que si no se presenta como víctima no avanzará en la vida.
Para enfocar un cambio de desidentificación de este tipo, es necesario atravesar una zona de incertidumbre y de pérdida de control para la que es imprescindible un mínimo de Confianza. La pongo en mayúscula porque no hablo de la confianza depositada en otra persona o en la que las cosas serán como esperamos, ni siquiera en la que dependerá de nuestro esfuerzo.
Me refiero a una Confianza básica, que descansa en la certeza de que pase lo que pase, lo que sucederá será adecuado.
Y que aunque quizás no sea cómodo o me guste, podré acompañarme con la situación. Cuando disponemos de esta cualidad, aunque sea un poco, entonces es posible entregarnos al cambio.
Muchos autores (Winnicot, Mark Epstein) se refieren a esta Confianza como una función materna, la «madre buena», que puede abrazar incertidumbres y frustraciones de forma incondicional, sin pretender cambiar ni forzar nada. Algunas personas han recibido esta experiencia en el seno de su familia de origen y esto las acompañará de por vida. Otras muchas no, al menos no en calidad suficiente. Como el propio Buda, sin ir más lejos, que según Epstein perdió a su madre a los pocos días de vida.
Es posible y responsabilidad de cada uno, desarrollar internamente esa cualidad de «madre buena». Nos capacita para vivir en paz y armonía.
Ésta es precisamente la función del terapeuta gestalt. La de representar el papel de función materna para facilitar que se restablezca la comunicación y la confianza con uno mismo: permanecer presente, dar espacio para acompañar lo emergente y permanecer sin juicio. Dejar Ser.
Autora
Rosa Montells
Terapeuta Gestalt con quince años de experiencia, miembro de la Asociación Española de Terapia Gestalt (AETG). Instructora de Movimiento Consciente Río Abierto. Profesora de Cocina Natural y Energética. Licenciada en Farmacia.